Un estadio de fútbol es como un gran palacio. Todo cabe dentro de sus largos y siniestros pasillos. Enfermería, restaurante, camerinos, oficinas, vestuarios, salas de prensa, cables, muchos cables y sobre todo miles de rincones para esconderse.
Pero en el estadio nacional de Varsovia, donde en pocos días se inaugura la Eurocopa de 2012 y donde vivo recluída desde hace 2 semanas, los reyes no son los futbolistas, no somos nosotros, no es la prensa ni la televisión, no son los banquillos, custodiados por señores de seguridad, y ni siquiera lo son las porterías, aunque estas estén encerradas en una habitación especial con seguridad y todos los días vengan unos señores a ver como están.
El rey de este gran palacio es el césped. El césped marca todo lo que pasa aquí dentro. Tiene unos cuidadores ingleses con barriga y bigote, como buenos ingleses, que todos los días se arrodillan y con unas técnicas tecnológicas y muy especializadas, lo huelen, lo tocan, miden el color, la frescura y no sé cuantas cosas más. Hay días en que estos señores deciden que «the pitch is too stressed» y entonces todo se paraliza. Ese día se cancelan los ensayos, se cierra el techo del estadio y todos ponen cara de estar muy preocupados.
Para que al césped se le pase el estres, los cuidadores barrigones ingleses le ponen unas especies de lámparas de rayos X gigantes, no se sabe muy bien si son para que crezca, para que se ponga más verde o para que se seque. La cuestión es que las lámparas consiguen que se le pase todo el estres y todos contentos, aunque si los cambios de humor del señor cesped nos cuestan a todos grandes dolores de cabezas.
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